A Víñac y gente que ama a Víñac


miércoles, 8 de agosto de 2018

Plan de Gobierno de Candidato 3 a la alcaldía de Víñac























martes, 7 de agosto de 2018

Plan de gobeierno 2019-2022 candidato 2














PLAN DE GOBIERNO MUNICIPAL 2019-2022 de candidato 1















sábado, 4 de agosto de 2018

Nueve candidatos postulan a alcaldía de Víñac


Señores:

Nueve grupos políticos (nueve filántropos, nueve bandas diría Hildebrant) postulan a la alcaldía de Víñac. Cada uno ha presentado sus planes de gobierno para mejorar la situación de los viñaquinos (apurinos, piruaínos, floridanos, esmeraldinos, etc.).

Sería impoortante que cada uno de los electores lea el plan de gobierno de cada grupo y elija al que mejor propuesta presenta. Así sea su familia, debe elegir a la propuesta que presenta tu necesidad y, a la vez, la mejora del distrito en general, para el beneficio de la mayoría. Eso sería una elección sana.

Sin embargo, eso solo es un sueño, porque los votos y el futuro se negociará con mejores regalos, por amiguismo, por cerveza, porque me dijo mi familia, etc. Entonces, el progreso, otra vez, será solo una ilusión. Lamentaremos, luego y viviremos en la misma miseria. Mientras los candidatos ingresan "misios" y salen con propiedades en distintos lugares.

Podríamos elegir por nivel profesional y todos nos abstendríamos a votar. Podríamos elegir por honestidad y ¿a quién eliges? Algunas familias va a tener que elegir entre un primo y otro primo al momento de emitir su voto.

Por ejemplo, a mí me gustaría que gane el que habla del riego que llega a Tambopata. En su plan de gobierno encontré "Construcción del canal TULLO – TAMBOPATA - PIRHUAYOC – SUYMUCO". El agua es el elemento vital para la agricultura. Los otros candidatos hablan generalidades, incluso son copias -me parece, porque hablan de asentamientos humanos que no he visto en Víñac desde la última vez que viajé (hace seis meses). Otros candidatos dicen que sus planes ya se han realizado, entonces para qué postulan.

En fin, mejor lean ustedes en este link https://plataformaelectoral.jne.gob.pe/ListaDeCandidatos o haciendo clic en alcaldía y selecciones Lima, Yauyos Víñac

1. Patria Joven    -- Augusto Alvarado
2. Somos Perú    -- Wálter Huari
3. Concertación para el Desarrollo -- Amado Mendoza
4. Alianza para el Progreso -- Nilo Carrión
5. Movimiento Regional Unidad -- Silvio García
6. Avanza País -- Elizabeth Gerónimo
7. Fuerza Popular -- Wilsón García
8. Acción Popular -- Mario Cullanco
9. Fuerza Regional -- Nino Quispe

viernes, 3 de agosto de 2018

Hora de reflexión para la izquierda

El triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil –un exponente de la más recalcitrante expresión política de la derecha– debe abrir un urgente debate en la izquierda.


Dejamos de lado aquí la exacta precisión semántica de qué entender por “izquierda”, sabiendo que allí nos encontramos con un muy amplio abanico de expresiones, desde la socialdemocracia más conformista hasta grupos radicales que levantan la lucha armada como vía, desde posiciones favorables a la participación en las elecciones democráticas en los marcos burgueses hasta variadas manifestaciones de contestación antisistémica que, a su modo, abren críticas contra el capitalismo (“progresismo” amplio: movimientos feministas, reivindicaciones étnico-culturales, expresiones de la diversidad sexual, grupos ecologistas). En un sentido muy general, todo eso es izquierda, en tanto crítica al modelo hegemónico vigente.
Pues bien: desde la izquierda, cualquiera que ésta sea, es imperioso reconocer que la derecha está ganando la lucha ideológica. ¡Y está ganando agigantadamente! ¿Cómo es posible que poblaciones hundidas en la miseria, violentadas, alejadas de los logros del desarrollo social que trae el mundo moderno, opten por estar con su verdugo? ¿Cómo es posible que una persona afrodescendiente vote a favor de un blanco racista? ¿Quién puede explicar casos como la llegada a la presidencia de un Mauricio Macri en Argentina, o un Jair Bolsonaro en Brasil? El “fracaso del «progresismo», en Brasil como en otros países, abre grandes las puertas a gobiernos ultraconservadores y fascistoides que aprovechan la frustración y la desesperanza de la gente, deslumbrada y enceguecida por las promesas brutales de un gobierno «fuerte» que resolverá todos los problemas”, apunta el analista Alejandro Teitelbaum. Algo parecido sucedió en Argentina con el actual presidente, un neoliberal multimillonario admirador de la dictadura. La explicación arriba citada no se equivoca: las grandes masas aturdidas, asustadas, desesperadas, buscan salidas mesiánicas. Ese es el principio de las religiones. Y también del nazi-fascismo.

Fenómenos así se repiten con mucha frecuencia: triunfo de un racista xenófobo, machista y homofóbico como Donald Trump en Estados Unidos, una derecha anti-inmigración de corte neofascista que va ganando posiciones en Europa, poblaciones atemorizadas que votan por opciones de “mano dura” en distintos países, británicos que apoyan el Brexit para salirse de la Unión Europea –como respuesta racista– o candidatos con posiciones de ultraderecha visceral que ganan elecciones apelando a mensajes religioso-apocalípticos. ¿Cómo entenderlo? ¿Síndrome de Estocolmo? Quizá la explicación psicológica no termina de dar cuenta de la complejidad del fenómeno.

Lo dicho por Teitelbaum es sumamente coherente. Lo cual nos lleva a profundizar preguntas que se hacía Edgar Borges, y que hago mías aquí: “¿Son estos sujetos ultraderechistas marcianos que ganan elecciones en la Tierra, o son interpretaciones de lo que piensa una mayoría?” (manipulada y asustada, deberíamos agregar), “¿Acaso el avance mundial de la ultraderecha no se debe a que la izquierda, desde los años 80, quedó desubicada de la actual metamorfosis del capitalismo?
Todo ello nos plantea dos ámbitos: 1) la derecha está manejando con mucha solvencia la lucha ideológica, y 2) la izquierda no tiene claro su rumbo. Ambas cuestiones son básicas, se interpenetran e interactúan.

La derecha está manejando con mucha solvencia la lucha ideológica
También al decir “derecha” tenemos un campo muy amplio de opciones político-culturales. Son de derecha, pro-capitalista, tanto la socialdemocracia nórdica como los halcones belicistas de Estados Unidos, los empresarios industriales como aquellos que medran (mafiosamente) con la especulación financiera, el Opus Dei como sectores modernizantes que pueden permitirse, por ejemplo, el matrimonio homosexual mientras no se toquen los resortes económicos básicos. Pero a todas estas expresiones une algo en común: defienden a muerte la propiedad privada, “su” propiedad privada. Ser de derecha, en definitiva, es eso: tener algo que perder. Los trabajadores, siguiendo el Manifiesto Comunista de 1848, “no tienen nada que perder, más que sus cadenas”.
Suele decirse que es un inveterado vicio de la izquierda estar fragmentada y desunida. Gran verdad, por cierto. Pero no lo es menos para la derecha. Acaso las guerras –donde ponen el cuerpo los pobres del mundo, no olvidar– ¿no son una expresión de las luchas mortales entre los grupos de poder? ¿No hay lucha entre distintas facciones de poder político de derecha dentro de los países? Lo remarcable es que, ante la posibilidad de un cambio real en la propiedad privada de los medios de producción, la derecha se une. Como clase sabe claramente, y no lo olvida ni por un instante, que su enemigo mortal es la clase trabajadora (proletariado urbano, obreros agrícolas, pobrerío en sentido amplio –“pobretariado”, para utilizar la correcta caracterización que realiza Frei Betto–). Ante la más mínima muestra de protesta y posibilidad de cambio real en lo social, la derecha, cualquiera sea ella, reacciona. Y reacciona cerrando filas, impidiendo los cambios justamente.
Derecha e izquierda, como grandes polos de la sociedad humana, están continuamente enfrentadas, en guerra mortal, tratando por todos los medios de derrotar al enemigo. No hay ninguna duda que la derecha (el sistema capitalista) tiene mucha ventaja en esta guerra. Siglos de acumulación le permiten disponer de toda la riqueza, saber, fuerza bruta, mañas y demás ingredientes para perpetuar su situación de privilegio. La prueba está en lo difícil, terriblemente difícil que se hace cambiar algo de verdad en el aspecto económico-político-social. Cambios superficiales, cosméticos, por supuesto que son posibles. Gatopardismo: cambiar algo para que no cambie nada en sustancia. La derecha lo sabe, y se lo puede permitir. Pero cuando las luces rojas de alarma se encienden, reacciona airada. Si es necesario, reprime, mata, tortura, arrasa poblaciones completas, olvida las enseñanzas religiosas de bondad y piedad y no le tiembla la mano para disparar las más mortíferas armas.
En esa guerra ideológica total que disputa minuto a minuto, no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo de clase. Por tanto: miente. Miente mucho, tergiversa las cosas, embauca. Logra hacer que el esclavo piense con la cabeza del amo; y para eso tiene a su disposición una monumental parafernalia de herramientas, cada vez más sofisticadas y poderosas: medios masivos de comunicación, especialistas en imagen, en manejo de masas, psicología publicitaria, iglesias fundamentalistas de corte neoevangélico, una clase política psicópata dispuesta a todo, profesionales de la mentira. “Miente, miente, miente. Una mentira repetida mil veces termina convirtiéndose en una verdad”, enseñaba hipócrita el Ministro nazi de Propaganda, Joseph Goebbels. No se equivocaba: la derecha es exactamente eso lo que hace a cada instante; la ideología capitalista encubre la verdad del sistema, es decir: la explotación.
Últimamente esa derecha ha encontrado un nuevo “nicho” de maniobra ideológica con el tema de la “corrupción”. Puede decirse que lo hecho por la estrategia estadounidense durante el 2015 en Guatemala fue su laboratorio. A partir de ahí, con resultado exitoso –se consiguió movilizar a parte de la población, básicamente clase media urbana, con lo que pudo desplazarse del poder al por entonces presidente, Otto Pérez Molina, acusándolo de hechos de corrupción– se repitió la maniobra en otras latitudes. Los casos de Argentina y Brasil fueron los más connotados. Aprovechando hechos reales de corrupción, se magnificaron las denuncias consiguiendo “indignar” a buena parte de la población, lo cual sirvió de base para frenar propuestas medianamente progresistas. Y así surgieron, respectivamente, un Macri –aliado servil del FMI y del Banco Mundial– y un impresentable Bolsonaro –un ex militar ultraderechista–.
¿La gente es tonta por aplaudir esas propuestas? La explicación resulta más compleja: la “tontera” no explica nada. El ser humano es, en términos colectivos, parte de una masa. Las operaciones psicológicas, es decir, las groseras manipulaciones de pensamiento y sentimiento de las masas, existen. Y por cierto: ¡dan resultado! “La masa no tiene conciencia de sus actos; quedan abolidas ciertas facultades y puede ser llevada a un grado extremo de exaltación. La multitud es extremadamente influenciable y crédula, y carece de sentido crítico”, anticipaba Gustave Le Bon a principios del siglo XX. Si las religiones por milenios estuvieron haciendo eso, las modernas técnicas de manipulación masiva (¡ingeniería humana se las llama!) no hacen sino llevar a grados superlativos esa tendencia, con precisión científica. El tema de la corrupción, indudablemente, posibilita esos manejos.
¿Cómo es posible, por ejemplo, que en un país como Brasil, con una de las distancias entre ricos y pobres más insultante del planeta, con millones de personas desocupadas, viviendo en condiciones indignas, con niveles de violencia cotidiana monstruosos, hayan permeado tan significativamente las denuncias de corrupción? Porque, sin dudas, ese manejo está muy bien hecho. La corrupción es una lacra, desde ya, pero ni remotamente constituye la verdadera causa de esa situación estrepitosa del país de la samba. ¿La gente es tonta y solamente piensa en fútbol y el carnaval, como maliciosamente se ha dicho? No, en absoluto. Pero la ingeniería humana del caso apunta a que así sea.

La izquierda no tiene claro su rumbo
Junto a esta avanzada ideológica de la derecha, la izquierda parece estar sin rumbo. La represión sufrida en décadas pasadas paralizó grandemente al campo popular. El miedo aún está incorporado. Las montañas de cadáveres y ríos de sangre que enlutaron toda Latinoamérica en años recientes han dejado secuelas. La “pedagogía del terror” hizo bien su trabajo.
Por otro lado, el discurso mediático sin precedentes que va teniendo lugar a través de los medios comerciales y toda la parafernalia comunicacional (consiguiendo resultados evidentes), es una marea incontenible. La izquierda, además de no disponer de todos los medios de que sí dispone la derecha, no puede ni debe apelar a la mentira como método. “En política se vale todo”…, para la derecha. La izquierda mantiene posiciones éticas irrenunciables. La guerra de cuarta generación (guerra mediático-psicológica con operaciones encubiertas) no puede ser, nunca jamás, un medio de acción política revolucionaria. Si de algo se trata en el ideario mínimo de la izquierda, es la pasión por la verdad.
Pero ¿qué pasa que las poblaciones parecieran rechazar las propuestas de izquierda? ¿Será cierto que la misma “quedó desubicada de la actual metamorfosis del capitalismo”? Porque, sin dudas, el sistema capitalista se va reciclando a una velocidad fabulosa. Décadas atrás, con el auge de un capitalismo industrial, Estados Unidos entronizaba la imagen de “buenos” (acérrimos defensores de la propiedad privada) castigando a “malos” (quien osara enfrentar a esa propiedad). Hoy, con un desaforado capitalismo financiero y guerrerista, el mensaje cambió: se entroniza al “exitoso”, no importando cómo logre su éxito. De ahí que la nueva tendencia es vanagloriar al “que la supo hacer”. “Mate, robe, viole, transgreda, estafe, haga lo que sea… ¡pero conviértase en el Number One!”, pasó a ser la actual consigna. El capitalismo cambia, encuentra nuevas caras, atrapa con sus luces de colores. O, mejor dicho, enceguece. En otros términos: vive transformándose, ofreciendo nuevas mercancías.
Tomado literalmente eso de “saber adecuarse a la metamorfosis del capitalismo”, podría hacer pensar en la necesidad de “actualizarse” siguiendo los tiempos que corren, con lo que dejaríamos de hablar de lucha de clases para centrarnos en buscar paliativos, amansar al sistema, hacer un capitalismo de rostro humano. Pero ello no es así. Hoy como ayer, “no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”, como dijera Marx hacia 1850. Pero no caben dudas que el llamado de la izquierda no termina de cuajar. Impactan más las iglesias neopentecostales y un llamado apocalíptico que la consigna de luchar aquí en la tierra.
Ahora bien: estos progresismos, supuestamente a la izquierda, que atravesaron varios países de Latinoamérica en años recientes, no constituyeron, en sentido estricto, propuestas de transformación real. Fueron buenas intenciones (matrimonio Kirchner en Argentina, el PT en Brasil, etc.), pero no tocaron los resortes estructurales de sus sociedades. Por tanto, no hubo ningún cambio sustancial. Y sumado a ello, no dejaron de moverse con las prácticas corruptas y clientelares de cualquier partido político de la derecha. En otros términos: resultaron una muy mala –quizá pésima– propaganda para la izquierda.
Llegados a este punto, la izquierda –la que sienta que aún la revolución socialista sigue siendo posible y necesaria, aquella que sigue fiel al ideal marxista de “no mejorar la sociedad existente sino establecer una nueva”– debe formularse una profunda autocrítica. Es hora de reflexión. ¿Por qué puede ganar una propuesta de ultraderecha en las favelas más pobres? ¿Qué está pasando?
Además de los golpes sufridos, además de las más refinadas técnicas de manipulación de masas de que dispone la derecha, ¿qué se está haciendo mal en la izquierda?
Por lo pronto, y como mínimo, tener claro que las propuestas tibias, de progresismo superficial, de socialismo sin socialismo, más que contribuir a avanzar en la justicia social, terminan siendo un tiro por la culata. Valen palabras de Rosa Luxemburgo de 1917 cuando analizaba la naciente revolución bolchevique: “No se puede mantener el «justo medio» en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
Quizá la peor atadura que pueda tener la izquierda es su miedo, su propio temor a autocriticarse, su conformismo. Si “ser realistas es pedir lo imposible”, tal como rezaban las consignas del Mayo Francés de 1968, pues habrá que ser un soñador con los pies sobre la tierra, ser utópicamente realistas.
Sin dudas luego de la derrota sufrida en las pasadas décadas por parte de la izquierda y el campo popular, luego de años de silencio y dolor, una propuesta medianamente progresista que hablara de redistribución de la riqueza –tal como empezó a suceder en varios países de América Latina en estos últimos años– parecía ya un fenomenal avance. Pero luego del deslumbramiento inicial, ahora podemos ver que la izquierda sigue ausente, golpeada, secuestrada. Hay que reflexionar tranquila, serena y muy profundamente sobre estos tópicos. Quizá es momento de revisar supuestos básicos, no para negarlos, sino para enriquecerlos.
La mentira de la derecha, aunque se pavonee victoriosa, está sentada sobre una bomba de tiempo, pues sabe –aterrada– que en algún momento las clases oprimidas, que nunca desaparecieron de la lucha, pueden volver a tomar la iniciativa. La cuestión es cómo encontrar los caminos que devuelvan la posibilidad de tomar esa iniciativa. El debate está abierto.

Por: Marcelo Colussi.

martes, 26 de junio de 2018

La idiotización de la sociedad como estrategia de dominación






La gente está imbuida hasta tal extremo en el sistema establecido, que es incapaz de concebir alternativas a los criterios impuestos por el poder.

Para conseguirlo, el poder se vale del entretenimiento vacío, con el objetivo de abotagar nuestra sensibilidad social, y acostumbrarnos a ver la vulgaridad y la estupidez como las cosas más normales del mundo, incapacitándonos para poder alcanzar una conciencia crítica de la realidad.

En el entretenimiento vacío, el comportamiento zafio e irrespetuoso se considera valor positivo, como vemos constantemente en la televisión, en los programas basura llamados “del corazón”, y en las tertulias espectáculo en las que el griterío y la falta de respeto es la norma, siendo el fútbol espectáculo la forma más completa y eficaz que tiene el sistema establecido para aborregar a la sociedad.









En esta subcultura del entretenimiento vacío, lo que se promueve es un sistema basado en los valores del individualismo posesivo, en el que la solidaridad y el apoyo mutuo se consideran como algo ingenuo. En el entretenimiento vacío todo está pensado para que el individuo soporte estoicamente el sistema establecido sin rechistar. La historia no existe, el futuro no existe; sólo el presente y la satisfacción inmediata que procura el entretenimiento vacío. Por eso no es extraño que proliferen los libros de autoayuda, auténtica bazofia psicológica, o misticismo a lo Coelho, o infinitas variantes del clásico “cómo hacerse millonario sin esfuerzo”.

En última instancia, de lo que se trata en el entretenimiento vacío es de convencernos de que nada puede hacerse: de que el mundo es tal como es y es imposible cambiarlo, y que el capitalismo y el poder opresor del Estado son tan naturales y necesarios como la propia fuerza de gravedad. Por eso es corriente escuchar: “es algo muy triste, es cierto, pero siempre ha habido pobres oprimidos y ricos opresores y siempre los habrá. No hay nada que pueda hacerse”.









El entretenimiento vacío ha conseguido la proeza extraordinaria de hacer que los valores del capitalismo sean también los valores de los que se ven esclavizados por él. Esto no es algo reciente, La Boétie, en aquel lejano siglo XVI, lo vió claramente, expresando su estupor en su pequeño tratado Sobre la servidumbre voluntaria, en el que constata que la mayor parte de los tiranos perdura únicamente debido a la aquiescencia de los propios tiranizados.

El sistema establecido es muy sutil, con sus estupideces forja nuestras estructuras mentales, Y para ello se vale del púlpito que todos tenemos en nuestras casas: la televisión. En ella no hay nada que sea inocente, en cada programa, en cada película, en cada noticia, siempre rezuma los valores del sistema establecido, y sin darnos cuenta, creyendo que la verdadera vida es así, nos introducen sus valores en nuestras mentes.










El entretenimiento vacío existe para ocultar la evidente relación entre el sistema económico capitalista y las catástrofes que asolan el mundo. Por esto es necesario que exista el espectáculo vacuo: para que mientras el individuo se autodegrada revolcándose en la basura que le suministra el poder por la televisión, no vea lo obvio, no proteste y continúe permitiendo que los ricos y poderosos aumenten su poder y riqueza, mientras las oprimidos del mundo siguen padeciendo y muriendo en medio de existencias miserables.








Si seguimos permitiendo que el entretenimiento vacío continúe modelando nuestras conciencias, y por lo tanto el mundo a su antojo, terminará destruyéndonos. Porque su objetivo no es otro que el de crear una sociedad de hombres y mujeres que abandonen los ideales y aspiraciones que les hacen rebeldes, para conformarse con la satisfacción de unas necesidades inducidas por los intereses de las élites dominantes. Así los seres humanos quedan despojados de toda personalidad, convertidos en animales vegetativos, siendo desactivada por completo la vieja idea de luchar contra la opresión, atomizados en un enjambre de egoístas desenfrenados, quedando las personas solas y desvinculadas entre ellas más que nunca, absortas en la exaltación de sí mismas.

Así, de esta manera, a los individuos ya no les queda más energía, para cambiar las estructuras opresoras (que además no son percibidas como tales), ya no les queda fuerza ni cohesión social para luchar por un mundo nuevo.








No obstante, si queremos revertir tal situación de enajenamiento a que estamos sometidos, solo queda como siempre la lucha, solo nos queda contraponer otros valores diametralmente opuestos a los del espectáculo vacuo, para que surja una nueva sociedad. Una sociedad en que la vida dominada por el absurdo del entretenimiento vacío sea tan solo un recuerdo de los tiempos estúpidos en que los seres humanos permitieron que sus vidas fueran manipuladas de manera tan obscena.


Viñac

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La herranza, una fiesta para el encuentro entre el hombre y el animal

Paseo por las nubes