Unos días en Víñac me permitió encontrar una fiesta. Un festejo entre llanto y alegría con los de aquí con los de allá. Se trata de preparar el "despacho", una actividad de velas, cocina, comida e invitados. Resulta que esta actividad no pertenece a los de ahora, sino tiene sus raíces en la antigüedad como bien explican los cronistas.
Una de las principales
características que diferenciaron a los pueblos localizados en las vertientes
de los Andes fue el culto a la muerte. Los grupos selváticos localizados en el
territorio amazónico adoraban a los ancestros míticos, pero desaparecían toda
evidencia de los muertos recientes cremando los cadáveres o sepultándolos. En
la vertiente occidental de la cordillera, en las regiones que actualmente
conforman Ecuador, Perú y Bolivia, se puede identificar a las comunidades
agrícolas andinas cuya vida socio religiosa se manifestaba en el culto a los
ancestros y muertos contemporáneos marcando una continuidad entre el mundo de
los vivos y el de los muertos. Otros pueblos andinos agricultores y que se
localizaban en la periferia del Imperio Inca, es decir, al norte de Chile,
norte y centro oeste argentino, también realizaron diversos rituales fúnebres;
por ejemplo, los huarpes millcayac enterraban a sus muertos orientados hacia la
cordillera y colocaban diversos objetos personales y comida a manera de
ofrenda. A su vez, los pueblos cazadores recolectores del sur chileno y
argentino que no fueron dominados por el Inca, solían guardar los huesos de sus
muertos en pequeñas bolsas que llevaban con ellos y observaban ciertos ritos
como pintarse el rostro o no mencionar nunca más al muerto por su nombre
(Delfín, págs. 61 y ss.).
Sin embargo, a pesar de
que el ritual en torno a la muerte fue una constante cultural manifestada de
distintas formas en todos los pueblos andinos mencionados, los incas
significaron la suma de una larga tradición cultural que se dio en los pueblos
agricultores de los Andes, desde el sur de Colombia hasta la parte media de
Chile, teniendo como centro de su imperio a la ciudad de Cuzco, el ombligo del
mundo, del Tawantinsuyu. Una de estas manifestaciones culturales en torno a la
muerte sería el culto a las momias o mallquis, las huacas (seres u
objetos sagrados) que protegían los ayllus (linajes, barrios) que conformaban
el imperio. Los incas no inventaron esta tradición, la reelaboraron tomando la
experiencia de otras etnias como los chimúes de la costa norte peruana.
Pedro
de Cieza de León al describir la Ciudad de Cuzco en su obra La crónica del Perú
(1553), comenta que en la capital del Tawantinsuyu se encontraban grupos de
personas provenientes de los cuatro suyos, las cuatro regiones del Imperio
(Condesuyo, Chinchasuyo, Antisuyo y Collasuyo), es decir, de Chile, de Pasto,
de Cañares, Chachapoyas, guancas, collas, etc. Además de portar sus prendas
tradicionales, cada una de estas etnias tenía un ritual mortuorio particular.
Así, Cieza menciona que “algunos
destos extranjeros enterraban a sus difuntos en cerros altos, otros en sus
casas, y algunos en las heredades, con sus mujeres vivas y cosas de las
preciadas que ellos tenían por estimadas... y cantidad de mantenimientos: y los
ingas (a lo que yo entendí) no les vedaban ninguna cosa destas, con tanto que
todos adorasen al sol y le hiciesen reverencia” (Cieza, Cap. XCIII, pág. 325). En este
sentido, cuando describe a la región del Collao (altiplano boliviano), comenta
que “la cosa más notable y de ver
que hay en este Collao, a mi ver, es las sepulturas de los muertos. Cuando yo
pasé por él me detenía a escribir lo que entendía de las cosas que había que
notar destos indios. Y verdaderamente me admiraba en pensar cómo los vivos se
daban poco por tener casas grandes y galanas, y con cuanto cuidado adornaban
las sepulturas donde se habían de enterrar, como si toda su felicidad no
consistiera en otra cosa; y así, por las vegas y llanos cerca de los pueblos
estaban las sepulturas destos indios, hechas como pequeñas torres [chullpas] de
cuatro esquinas, unas de piedra sola y otras de piedra y tierra, algunas anchas
y otras angostas; en fin, como tenían la posibilidad o eran las personas que lo
edificaban. Los chapiteles, algunos estaban cubiertos con paja; otros, con
unas losas grandes; y parecióme que tenían las puertas estas sepulturas hacia
la parte de levante. Cuando morían los naturales en este Collao, llorábanlos
con grandes lloros muchos días, teniendo las mujeres bordones [bastones] en las
manos y ceñidas por los cuerpos, y los parientes del muerto traía cada uno lo
que podía, así de ovejas [ovejas de la tierra], corderos, maíz, como de otras
cosas, y antes que enterrasen al muerto mataban las ovejas...En los días que
lloran a los difuntos, antes de los haber enterrado, del maíz suyo, del que los
parientes han ofrecido, hacían mucho de su vino o brebaje para beber; y como
hubiese gran cantidad deste vino, tienen al difunto por más honrado que si se
gastase poco...Como estas gentes tuviesen en tanto poner los muertos en las
sepulturas...pasado el entierro, las mujeres y sirvientes que quedaban se
trasquilaban los cabellos, poniéndose las más comunes ropas suyas, sin darse
mucho por curar de sus personas; sin lo cual, por hacer más notable el
sentimiento, se ponían por sus cabezas sogas de esparto, y gastaban en
continuos lloros, si el muerto era señor, un año, sin hacer en la casa donde él
moría lumbre por algunos días. Y como éstos fuesen engañados por el demonio,
por la permisión de Dios, como todos los demás, con las falsas apariencias que
hacía, haciendo con sus ilusiones demostración de algunas personas de las que
eran ya muertas, por las heredades, parecíales que los vían adornados y vestidos
como los pudieron en las sepulturas; y para echar más cargo a sus difuntos
usaron y usan estos indios hacer sus cabos de año, para lo cual llevan a su
tiempo algunas hierbas y animales, los cuales matan junto a las sepulturas, y
queman mucho sebo de corderos; lo cual hecho, vierten muchas vasijas de su
brebaje por las mismas sepulturas, y con ello dan fin a su costumbre tan ciega
y vana” (Cieza, Cap. C, págs.
342-343, Cap. CI, pág. 344).
En la noche llegaron primero tres jilgueros; luego, un moscón y algunos insectos extraños. Empezamos a mirarnos uno contra el otro. Intenté seguir a los visitantes con mi cámara. Algunos dicen que hay algo que brilla y esquiva. Aquí están los platos que las almas, en tropel, compartieron. Entre ellas sobresale el plato "Callexeñua", delicioso potaje que quita todo hambre.
En la noche llegaron primero tres jilgueros; luego, un moscón y algunos insectos extraños. Empezamos a mirarnos uno contra el otro. Intenté seguir a los visitantes con mi cámara. Algunos dicen que hay algo que brilla y esquiva. Aquí están los platos que las almas, en tropel, compartieron. Entre ellas sobresale el plato "Callexeñua", delicioso potaje que quita todo hambre.
Felipe Guaman Poma de
Ayala en su Nueva Coronica y buen gobierno (1610-1615), además de describir los
ritos funerarios de los cuatro suyos (Antisuyo, Collasuyo , Condesuyo y
Chinchasuyo), describe cómo era el “mes
de los difuntos”, el Aya Marcay quilla, en noviembre: “Aya quiere decir
difunto, es la fiesta de los difuntos, en este mes sacan los difuntos de sus
bóvedas que llaman pucullo, y le dan de comer y beber, y le visten de sus
vestidos ricos, y le ponen plumas en la cabeza, y cantan y danzan con ellos, y
le ponen unas andas y andan con ellas en casa en casa y por las calles y por la
plaza, y después tornan a meterlos en sus pucullos dándole sus comidas y
vajilla, al principal de plata y de oro, y al pobre de barro; y le dan sus
carneros y ropa y los entierran con ellas y gastan en esta fiesta muy mucho” (Libro I, págs. 179-181)
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