A Víñac y gente que ama a Víñac


martes, 3 de noviembre de 2015

Adorando a los muertos

Unos días en Víñac me permitió encontrar una fiesta. Un festejo entre llanto y alegría con los de aquí con los de allá. Se trata de preparar el "despacho", una actividad de velas, cocina, comida e invitados. Resulta que esta actividad no pertenece a los de ahora, sino tiene sus raíces en la antigüedad como bien explican los cronistas.

Una de las principales características que diferenciaron a los pueblos localizados en las vertientes de los Andes fue el culto a la muerte. Los grupos selváticos localizados en el territorio amazónico adoraban a los ancestros míticos, pero desaparecían toda evidencia de los muertos recientes cremando los cadáveres o sepultándolos. En la vertiente occidental de la cordillera, en las regiones que actualmente conforman Ecuador, Perú y Bolivia, se puede identificar a las comunidades agrícolas andinas cuya vida socio religiosa se manifestaba en el culto a los ancestros y muertos contemporáneos marcando una continuidad entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Otros pueblos andinos agricultores y que se localizaban en la periferia del Imperio Inca, es decir, al norte de Chile, norte y centro oeste argentino, también realizaron diversos rituales fúnebres; por ejemplo, los huarpes millcayac enterraban a sus muertos orientados hacia la cordillera y colocaban diversos objetos personales y comida a manera de ofrenda. A su vez, los pueblos cazadores recolectores del sur chileno y argentino que no fueron dominados por el Inca, solían guardar los huesos de sus muertos en pequeñas bolsas que llevaban con ellos y observaban ciertos ritos como pintarse el rostro o no mencionar nunca más al muerto por su nombre (Delfín, págs. 61 y ss.).

Sin embargo, a pesar de que el ritual en torno a la muerte fue una constante cultural manifestada de distintas formas en todos los pueblos andinos mencionados, los incas significaron la suma de una larga tradición cultural que se dio en los pueblos agricultores de los Andes, desde el sur de Colombia hasta la parte media de Chile, teniendo como centro de su imperio a la ciudad de Cuzco, el ombligo del mundo, del Tawantinsuyu. Una de estas manifestaciones culturales en torno a la muerte sería el culto a las momias o mallquis, las huacas (seres u objetos sagrados) que protegían los ayllus (linajes, barrios) que conformaban el imperio. Los incas no inventaron esta tradición, la reelaboraron tomando la experiencia de otras etnias como los chimúes de la costa norte peruana.


Pedro de Cieza de León al describir la Ciudad de Cuzco en su obra La crónica del Perú (1553), comenta que en la capital del Tawantinsuyu se encontraban grupos de personas provenientes de los cuatro suyos, las cuatro regiones del Imperio (Condesuyo, Chinchasuyo, Antisuyo y Collasuyo), es decir, de Chile, de Pasto, de Cañares, Chachapoyas, guancas, collas, etc. Además de portar sus prendas tradicionales, cada una de estas etnias tenía un ritual mortuorio particular. Así, Cieza menciona que “algunos destos extranjeros enterraban a sus difuntos en cerros altos, otros en sus casas, y algunos en las heredades, con sus mujeres vivas y cosas de las preciadas que ellos tenían por estimadas... y cantidad de mantenimientos: y los ingas (a lo que yo entendí) no les vedaban ninguna cosa destas, con tanto que todos adorasen al sol y le hiciesen reverencia” (Cieza, Cap. XCIII, pág. 325). En este sentido, cuando describe a la región del Collao (altiplano boliviano), comenta que “la cosa más notable y de ver que hay en este Collao, a mi ver, es las sepulturas de los muertos. Cuando yo pasé por él me detenía a escribir lo que entendía de las cosas que había que notar destos indios. Y verdaderamente me admiraba en pensar cómo los vivos se daban poco por tener casas grandes y galanas, y con cuanto cuidado adornaban las sepulturas donde se habían de enterrar, como si toda su felicidad no consistiera en otra cosa; y así, por las vegas y llanos cerca de los pueblos estaban las sepulturas destos indios, hechas como pequeñas torres [chullpas] de cuatro esquinas, unas de piedra sola y otras de piedra y tierra, algunas anchas y otras angostas; en fin, como tenían la posibilidad o eran las personas que lo edificaban. Los chapiteles, algunos estaban cubiertos con paja; otros, con unas losas grandes; y parecióme que tenían las puertas estas sepulturas hacia la parte de levante. Cuando morían los naturales en este Collao, llorábanlos con grandes lloros muchos días, teniendo las mujeres bordones [bastones] en las manos y ceñidas por los cuerpos, y los parientes del muerto traía cada uno lo que podía, así de ovejas [ovejas de la tierra], corderos, maíz, como de otras cosas, y antes que enterrasen al muerto mataban las ovejas...En los días que lloran a los difuntos, antes de los haber enterrado, del maíz suyo, del que los parientes han ofrecido, hacían mucho de su vino o brebaje para beber; y como hubiese gran cantidad deste vino, tienen al difunto por más honrado que si se gastase poco...Como estas gentes tuviesen en tanto poner los muertos en las sepulturas...pasado el entierro, las mujeres y sirvientes que quedaban se trasquilaban los cabellos, poniéndose las más comunes ropas suyas, sin darse mucho por curar de sus personas; sin lo cual, por hacer más notable el sentimiento, se ponían por sus cabezas sogas de esparto, y gastaban en continuos lloros, si el muerto era señor, un año, sin hacer en la casa donde él moría lumbre por algunos días. Y como éstos fuesen engañados por el demonio, por la permisión de Dios, como todos los demás, con las falsas apariencias que hacía, haciendo con sus ilusiones demostración de algunas personas de las que eran ya muertas, por las heredades, parecíales que los vían adornados y vestidos como los pudieron en las sepulturas; y para echar más cargo a sus difuntos usaron y usan estos indios hacer sus cabos de año, para lo cual llevan a su tiempo algunas hierbas y animales, los cuales matan junto a las sepulturas, y queman mucho sebo de corderos; lo cual hecho, vierten muchas vasijas de su brebaje por las mismas sepulturas, y con ello dan fin a su costumbre tan ciega y vana” (Cieza, Cap. C, págs. 342-343, Cap. CI, pág. 344).

En la noche llegaron primero tres jilgueros; luego, un moscón y algunos insectos extraños. Empezamos a mirarnos uno contra el otro. Intenté seguir a los visitantes con mi cámara. Algunos dicen que hay algo que brilla y esquiva. Aquí están los platos que las almas, en tropel, compartieron. Entre ellas sobresale el plato "Callexeñua", delicioso potaje que quita todo hambre.

Felipe Guaman Poma de Ayala en su Nueva Coronica y buen gobierno (1610-1615), además de describir los ritos funerarios de los cuatro suyos (Antisuyo, Collasuyo , Condesuyo y Chinchasuyo), describe cómo era el mes de los difuntos”, el Aya Marcay quilla, en noviembre: Aya quiere decir difunto, es la fiesta de los difuntos, en este mes sacan los difuntos de sus bóvedas que llaman pucullo, y le dan de comer y beber, y le visten de sus vestidos ricos, y le ponen plumas en la cabeza, y cantan y danzan con ellos, y le ponen unas andas y andan con ellas en casa en casa y por las calles y por la plaza, y después tornan a meterlos en sus pucullos dándole sus comidas y vajilla, al principal de plata y de oro, y al pobre de barro; y le dan sus carneros y ropa y los entierran con ellas y gastan en esta fiesta muy mucho (Libro I, págs. 179-181)

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