Esta fue la iglesia colonial de Viñac. Se veía imponente en la quebrada donde se asienta el pueblito. Su construcción está lleno de historias. Se dice que muchos de los materiales fueron traídos de alejados lugares: las campanas, desde Ayacucho; sus maderas -eternas- desde Huancayo; las piedras, desde los cerros más alejados en honor a la tierra. Y el contructor, no podía ser un lugareños a pesar de que en sus venas corren sangre indígena, incaica, que con sus manos tranformó piedra en arte, refieren las buenas fuentes que vino desde Centro América y no de España, como se creía en principio.

Tantas nostalgias y secretos se confesaron en esta monumental obra, orgullo de todo viñaquino y admiración de cuanto viajero que pasaba por esta ruta hacia Cañete, Lunahuaná, Yauyos, o Huancavelica, Ica, Huancayo. En sus inicios, cuando la lucha era por preservar el amor a los Auquis o la sumisión a la religión venida de Europa, todos los pobladores cercanos al centenario distrito de Víñac (Huangáscar, Madeán, Chocos, Apurí, Azángaro, Lincha, Tana, ...) iban a ella con mucha fe y en sus extendidos patios encontraba sociego, tranquilidad y fuerzas para seguir luchando en la vida. Esta iglesia fue la fuente de energía y vitalidad para los lugareños. Fue la iglesia más que la prédica de algún religioso español como el Padre Julián, que por años se instaló en este recinto.

Sin embargo, en el 2007, un grupo de monjas ha ordenado tirar abajo esta colosal obra, han aprovechado -como pretexto- el movimiento sísmico que remeció en el sur de Lima. Desde esa época la fe del pueblo divaga buscando algún consuelo en las maderas que se espacieron a distintos hogares, busca reencontrarse con su credo entre las piedras y las cerámicas quiñadas en las calles de la ciudad.

Ahora, como si fuesen los culpables, un grupo de entusiastas viñaqunos intentan contruir una iglesia. Están recorriendo a distintas voluntades. ¿Y los culpables? ¡Nada se sabe de su esfuerzo! Deberían ser los interesados, porque ellos viven de la fe.