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miércoles, 30 de enero de 2013

Se debe revisar la revocatoria

¿Cuántas revocatorias se ha vivido en Viñac? Cada gestión ha sido acompañado por la revocatoria. Unos han llegado a efectuarse y otros quedaron en el intento. Los revocadores, si han ganado, nunca dejaron obras deslumbrantes. Esta actividad solo satisface al promotor quien eleva su ego, a veces su bolsillo, y allí queda: En una lucha de oficinas y papeles y sin obras para los pueblos. Ilusos aquellos que confían que en periodos cortos de un año o año y medio se puede hacer obras. La revocatoria llegó a la capital y recién se evalúa. El siguiente es el artículo de Augusto Alvarez Rodrich.

Una expresión lamentable del centralismo del debate de las ideas en el país es que, recién después de su incursión en la capital, se haya percibido que la revocatoria es, como instrumento para fortalecer la democracia, un mamarracho que, por el contrario, la debilita.
Este tardío reconocimiento debiera merecer un mea culpa de políticos  y periodistas que este columnista, al menos, acepta sin ningún reparo.
En las dos décadas de su vigencia constitucional, este instrumento ha servido para bajarse a 279 alcaldes distritales y 1247 regidores, lo cual convierte al Perú en el principal usuario mundial de este mecanismo.
Un problema es que no requiere motivación. Fernando Tuesta recordaba hace poco en este diario que todas las revocatorias han sido promovidas por los que perdieron la elección, con la excepción de Lourdes Flores, un rara avis en el mundo putrefacto de la política peruana.
La revocatoria es, así, una pata de cabra para que se zampen, en una institución democrática, los que no lograron llegar a ella mediante un triunfo electoral, quienes se agrupan en un combo en el que participan, como ocurre en Lima, oportunistas, sicarios democráticos, cutreros, wachiturros, mequetrefes, traferos, mermeleros y hasta violadores.
Esta ganzúa electoral –pues, en general, suele ser, con algunas excepciones, un arma de sinvergüenzas– rompe la regla básica de una democracia de que, el que perdió una elección, deja gobernar al ganador.
Eso es lo más grave de una revocatoria como la que está en marcha en Lima pues va a abrir las puertas, como parece que ocurrirá si triunfa el ‘sí’, a una vendetta imparable que traerá mucha inestabilidad política.
Las revocatorias se ven facilitadas por un malestar que, con excepciones, suele enfrentar a la ciudadanía frente a la autoridad, debido a que siempre existen antiguos problemas no resueltos que son exacerbados por los revocadores mediante una persistente campaña de comunicación orientada a la demolición.
Al final, como ocurrirá en Lima, la gente votará sin saber qué es lo que está decidiendo. Esto será, sin duda, lo que va a suceder el 17 de marzo con los regidores a quienes, más allá de cuatro o cinco, nadie conoce.  
La mejor manera de responder frente a una mala autoridad pública es no reeligiéndola cuando esta vuelva a pedir votos o, también, con su condena en la historia.
Más allá de la revocatoria en marcha en el municipio de Lima, pensando para adelante sería conveniente que se abra el debate sobre las lecciones de la aplicación de ese instrumento, y que no se descarte la posibilidad de su eliminación del marco constitucional.

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